martes, 1 de diciembre de 2009

Actividades en esta capilla

Esta capilla es reconocida por su diminutivo: es llamada "San Francisquito". Inserta en el territorio parroquial de la "Inmaculada Concepción" (Richieri 280), es un templo más pequeño, pero atesora un gran corazón como su hermana mayor, dispuesto a brindar asistencia, amor, y sus manos a quien lo necesita.

Hace algunos años que se está llevando una gran labor a cargo del P. Juan José Estrade. Poco a poco se fué armando todo. Había necesidad de hacer algo más y es por ello que se puso manos a la obra y se habilitó un pequeño comedor para los acompañantes de los enfermos a fin de brindarles una comida que sirva para recuperar las fuerzas, junto a la oración. La comida es "casera" y la cocina siempre está inundada de ricos sabores, silencio, dedicación, y mucho amor.

La ropería brinda vestimenta a quienes necesitan. La misma proviene de donaciones.

La botica funciona en la misma capilla gracias a medicamentos donados por médicos rotarios, que son entregados a quienes no pueden pagarlos, previa presentación de receta y estricta prescripción médica.

Los días sábados los niños se acercan allí y se prepara una merienda para todos ellos a fin de que se encuentren un poco más reconfortados. La mejor paga a todo esto nos la da el Señor Jesús y San Francisco.

También los voluntarios que allí trabajan por amor a Jesús y María visitan a diario a los enfermos internados, sin distinción de credos. Las enfermedades no hacen distinción, y el amor de Jesús a los hermanos tampoco. Cada vez más se puede ver la carencia de afecto en la sociedad misma, es por ello que se intenta construir desde otra mirada una sociedad centrada en Cristo y María. Muchas veces los medios critican la labor profesional en los hospitales, pero deberían internarse en la propia realidad para que observen el amor que cada profesional vuelca en su trabajo diario.

El necesitado es muchas veces un maestro del cual se aprende, allí se encuentra el mismo Cristo.

Nuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y el llamado a nuevas vocaciones

Desde que nacemos hasta que morimos el sacerdote nos acompaña a toda nuestra vida, su labor es constante y silenciosa, sin horarios. Administra los sacramentos, visita a los enfermos, nos bendice, nos tiende la mano, sin pedir nada a cambio. Sin embargo, todos aquellos que han sido llamados a seguir a Jesús, imitando la consagración de la Virgen María, a partir de su vida consagrada son juzgados y perseguidos muchas veces por los nosotros los laicos, también nosotros somos peregrinos tras los pasos del Nazareno.

Nuestros sacerdotes y religiosos son juzgados por ser gordos o ser flacos, por practicar algún deporte o seguir su equipo de fútbol favorito, por estar enfermos o por ser serviciales, por tener cabello o carecer de este, si son más amables o más simpáticos o si son más serios o sonrien a todos. En fin, buscamos en todos ellos el modelo de la perfección, siendo que ellos mueren, en la mayoría de los casos, sin ser recordados, habiendo bendecido en el nombre de Dios, Uno y Trino, nuestra propia casa donde hoy reina el pan y el trabajo.

Son seres humanos, simples seres humanos, que sufren en silencio, como aquellas madres cuando no saben a que hora llegarán sus hijos. Cuantas veces se ha honrado el paso por este mundo de virtuosos sacerdotes como san Pío de Pietrelcina, san Cayetano, san Antonio de Padua, san Juan Bosco, San Francisco Solano, san Antonio María Gianelli, san Luis Orione, o el mismo Santo Cura de Ars, y parece que no se recuerda que estos santos sacerdotes aquí mencionados y otros que nos mencionamos, porque el elenco es muy largo, han sido tentados tantas veces o que han llorado y perdido batallas, y que han sido muy humanos.

Nuestros sacerdotes deben ser respetados como a esos mismos santos que el Señor coronó otorgándoles el premio de la Jerusalen Celestial. Es deber del cristiano bautizado en la Iglesia y por consiguiente de todos nosotros orar por nuestros sacerdotes y religiosos para que alcancen todos ese mismo objetivo, la santidad, que por otra parte también nosotros, los laicos, estamos llamados a conseguirla.

Todos estos sacerdotes, como así también los religiosos y religiosas del mundo han sido llamados por Jesús en un camino sin fronteras, al servicio de los demás, aceptando renunciar a todo por amor a Cristo y a sus hermanos, los hombres. Dieron su corazón y su vida, sin esperar nada a cambio, solo lo prometido por Jesús de Nazaret. Tienen el estigma del amor de Jesús, desde su llamada a la consagración en sus corazones y del cual brota el amor del mismo Cristo en el campo de las actividades pastorales, educativas, y de todas las otras que desempeñan.

En este país, Argentina, existe una población sacerdotal de alrededor de unos 5200 sacerdotes diocesanos y religiosos (fuente AICA 2009), para algo más de 40.000.000 de habitantes. En algunos lugares de nuestro pais y tal vez en nuestra arquidiócesis se celebra la santa Misa solo una vez al mes. ¿No deberíamos entonces agradecer al Señor por tener a nuestros sacerdotes cada día? Son ellos quienes dicen junto a Jesús: "Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo..." "Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo…" Son ellos los que dicen junto a Cristo: "los declaro marido y mujer".

Cuantas veces han levantado sus manos para bendecirte en el nombre de Dios, rico en misericordia, mientras nosotros atendíamos los llamados de nuestros teléfonos móviles. Imaginemos un día sin Eucaristía, o dos días, o un mes. Podremos quizás no comer por un tiempo el asadito del fin de semana, o una copa de leche en un comedor comunitario, pero sin Eucaristía no se puede vivir. ¿A quién acudiremos si no cuidamos a nuestros sacerdotes?

Recientemente han traído la reliquia del corazón del santo Cura de Ars a Rosario, a nuestra arquidiócesis y no es casual, ni mucho menos pasajera. ¿que mensajes deja el paso de ese corazón incorrupto? ¿Hubiera sobrevivido sin la gracia de Jesús esa reliquia? En ese paso de este corazón hay dos mensajes implícitos: ORACION para que no se corrompan los corazones de nuestros sacerdotes por el mal trato que reciben, ni los desanime el abuso de autoridad por parte de aquellos que dentro de la misma Iglesia les ponen trabas u obstáculos. Seamos todos uno en Jesús, Sumo y eterno Sacerdote. Y para nosoros, los laicos, hay un mensaje más simple aún: OREMOS por nuestros sacerdotes para que alcancen la santidad, para que sepan responder con amor a Jesús y a la Iglesia, a ejemplo de María Santísima que pronuncia su Sí comprometido pleno de fecundidad, para que sepan obedecer con un corazón y con un espíritu humilde y sencillo al llamado de Cristo, para que sepan renovar todos los días de sus vidas el compromiso que tomaron frente a Dios y la comunidad.

Comprometamos nuestras vidas a vivir juntos a nuestros sacerdotes, servirlos con amor y desinterés como a hermanos que tienen una responsabilidad dada por el mismo Jesús y trabajar con ellos: amarlos como a un Cristo vivo que habita entre nosotros por la gracia misma recibida en su ordenación presbiteral. OREMOS por nuestros sacerdotes quienes han entregado sus vidas al servicio de sus hermanos y por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas. Nuestra oración es una ofrenda a Dios, que quiere que todos los hombres se salven.
“No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” Jn 15, 9-17.